Podría decir que esta entrevista venía fraguándose desde hace mucho tiempo; en mi mente, en el soliloquio de un joven con aspiraciones grandes. Viendo un poco en retrospectiva, la figura de Alfonso Portillo se posicionó en mi cabeza desde muy pequeño, consciente claro, de los aciertos y errores de este presidente tan querido por unos y odiado por otros. Saltándome un poco los años, caigo en este 2017 en el que me he convertido en un comunicador, o al menos un buen intento, y debo mencionar y reconocer que mi norte apunta siempre hacia los temas políticos.

La idea de entrevistar a Portillo surge inmediatamente después de ver una entrevista que un medio de Guatemala le hizo hace poco, entrevista que en lo personal me desagradó completamente. Termina la entrevista y acto seguido, dije: “Debo entrevistarlo, y debo hacerlo bien”. Comenzó entonces la inquietud y hasta cierto punto la seguridad ciega de que iba a lograr esta entrevista, no sabía cómo, pero a fin de cuentas, tenía todo el deseo de hacerlo. Sin dar más vueltas, quiero  agradecer a Claudia Morales Portillo, por hacer posible este espacio con el expresidente Alfonso Portillo.

Llega el día de la entrevista; era martes 2 de mayo, soleado. A las 11 de la mañana me presenté en la casa que el expresidente tiene en la capital. Claudia me acompañó, ambos teníamos en la mirada esa sensación que se forja minutos antes de experimentar un buen momento en la vida. Tocamos a la puerta, nos anunciamos y después de una corta espera nos dejaron entrar. La arquitectura y diseño del inmueble son verdaderamente hermosos con mucha madera y muy buen estilo; bohemio, culto, acogedor. El lugar tiene mística.

Entramos a la sala, perfecta, como si ya hubieran posicionado todo el ambiente para esta entrevista. Los sillones estaban perfectamente colocados para platicar cara a cara. De repente, apareció un señor y nos ofreció un vaso con agua, o un cafecito. Claudia y yo comenzamos a armar el equipo de cámaras. Listo todo le di una última leída a mi batería de preguntas, respiré profundo para menguar los nervios que nunca faltan y no quedaba más que sentir morir los segundos en el reloj mientras esperábamos a Portillo.

Después de algunos minutos, se escucharon los tacones de unas botas fuertes sobre la madera del segundo piso de la casa. El recorrido del taconeo sonó detrás de mí, bajando las gradas hacia el primer nivel. Yo sabía perfectamente de quién se trataba. Efectivamente, apareció el expresidente de la República del 2000 al 2004.  Para Claudia y para mí fue inevitable esbozar una sonrisa para recibirlo en su propia sala. Portillo sostiene en su personalidad una amabilidad y un calor humano inhabitual en un político.

Alfonso Portillo es uno de los expresidentes más mediáticos de los últimos tiempos. A más de una década de terminado su gobierno, tiene el 75% de popularidad en el país, aun cuando debe cargar con la culpa de haber cometido hechos de corrupción durante su mandato; errores por los que se declaró culpable y que pagó con cárcel.  El objetivo de mi entrevista no es seguir dando más vueltas a este tema, ni utilizar a Alfonso Portillo como muchos lo han hecho. El fin principal de esta semblanza es, precisamente, conocer un poco más al hombre detrás del presidente, su perspectiva ante distintos temas sociales y de la vida, que nos cuente experiencias que nos den una cara de la moneda que no conocíamos y que debemos conocer.

Platicamos un poco antes de comenzar de lleno la entrevista. Él vestía camisa formal blanca con pantalón de lona y botas. Este servidor, traje negro; la ocasión lo ameritaba.

Listos los dos en posiciones, yo tenía mis mejores preguntas para lanzarle y él indudablemente tenía las mejores respuestas para darme. Sacó un pañuelo blanco para limpiarse un poco de grasa de la cara, mientras Claudia ajustaba mi corbata.

Con las cámaras grabando, comenzamos a platicar.

Cuando usted volvió de Estados Unidos dijo que regresaba como un hombre nuevo. ¿Qué diferencias tiene este nuevo Alfonso Portillo con el anterior?

Yo creo que el ser humano en todas las etapas de su vida supera problemas, supera deficiencias y debilidades y se va transformando si las experiencias son impactantes en su vida. Para mí, como un hombre político, que llegué a ser Presidente de la República y después tengo que salir, me voy al exilio a México y después soy procesado y encarcelado durante cinco años, es algo que impactó mi vida y uno aprende de los errores. Siempre lo he creído, no solo por lo que he leído sino por lo que he vivido, que son los errores, dolores y el sufrimiento los que lo hacen crecer a uno. El éxito no te enseña absolutamente nada, el éxito te enseña a ser soberbio, prepotente, te crees el inmaculado y el gran líder y entonces lo único que te enseña son las caídas. Por eso cuando yo hablo de mis cinco años en cautiverio ¿cómo no iba a ser un hombre distinto? si tuve todo el tiempo del mundo para leer, para escribir, dar clases para convivir con gente distinta, porque conocí gente de casi todas las nacionalidades de América Latina y el mundo. Conocí gente con altos cargos de criminalidad y gente de delitos menores, todo eso me dio una enseñanza maravillosa, por eso indiscutiblemente ya no soy el mismo Alfonso Portillo que entró a la cárcel. Como dato, leí más de 200 libros en la cárcel, eso ya te da la idea de cómo se puede modificar la vida de un ser humano dependiendo de las circunstancias.

Su hermana Edna mencionó hace poco una anécdota en la que contaba que cuando usted vivía en México le mandaba cajas de libros a Guatemala. Asimismo, usted leyó más de 200 libros mientras estaba en prisión. ¿Cómo es esa relación de Portillo con la lectura?

Como mi hermana y yo, Chiqui y yo, nacimos en un hogar de clase media baja, hijos de dos profesores de educación primaria tuvimos un ambiente de mucha lectura. En mi casa había variedad de libros. Por cierto, acabo de encontrar un libro todo maltratado de algunos escritos de Platón y es de esa época, de los años 50 y yo nací en el 51. Entonces, había libros en la casa, mi tío Julio que era hermano de mi mamá tenía una colección de libros maravillosa, incluía toda la colección de historias sobre la Segunda Guerra Mundial, llegaba la revista Bohemia a la casa, llegaba El Imparcial. Crecí en un hogar donde se hablaba mucho de política y de lectura, mi padre incluso sabía párrafos completos de las obras latinoamericanas de grandes escritores como Porfirio Barba Jacob, Gabriela Mistral, Pablo Neruda. Lógicamente se siente muy bonito conocer un mundo distinto a través de los libros, siempre tuve la inquietud de andar con un libro y aprovechar el tiempo en el que pudiera leer. Hay una relación histórica y  familiar que tiene que ver con la predilección a la lectura que tengo yo.

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En una oportunidad mencionó que la política no es para la familia ni los amigos y que lo sabía porque ya había hecho política con amigos y el resultado no fue bueno. ¿Cree que en algún momento ha tomado decisiones influenciado por la emoción más que por la razón?

Indiscutiblemente, que bueno que me haces esa pregunta, porque ese precisamente es uno de los cambios en mi vida. Yo he sido muy temperamental, he sido muy buen amigo y he valorado la amistad como un elemento importante para hacer cosas colectivas. Mi experiencia me ha enseñado que es bueno ser buen amigo, pero los amigos son para disfrutarse y a veces no son los indicados para hacer tareas colectivas como lo es gobernar. Yo tenía muchos amigos que hoy en día ya no lo son porque se molestaron, pero hay decisiones que hay que ir tomando, una cosa es la amistad, otra el temperamento y otra la inteligencia y la objetividad.  Yo tuve que tomar muchas decisiones al extremo que tengo muchos parientes Portillo y Cabrera que no me hablan porque al ver que yo llegaba a la presidencia se imaginaban ser viceministros o ministros y terminaron molestos. No hay un Portillo que yo haya nombrado en mi Gobierno. Con los amigos tuve mucho cuidado, claro, tuve amigos muy buenos. Por ejemplo, mi secretario privado, que creció conmigo desde la niñez y tenemos una amistad de generaciones y fue un excelente secretario privado, me ayudó en el trabajo. Pero hubo otros amigos que fallaron y eso es parte de la vida, precisamente uno de los cambios que he notado en mi vida es que ahora soy más mesurado, más analítico, más objetivo, menos temperamental, trato de usar más el intelecto. Hoy por ejemplo me encantaría ayudar a candidatos para diputados que he visto que son inteligentes, que se están formando, que están leyendo, que están interesados en participar en política pero lo hago de manera objetiva, no por inclinación de simpatía o porque me caigan bien, sino porque veo en ellos calidad para representar en un puesto importante como el Parlamento al pueblo de Guatemala.

José Mujica dijo que lo que más desacredita a un gobierno es la distancia de los políticos hacia  su gente. Con usted no fue así, quizás fue el presidente de Guatemala más cercano al pueblo. ¿A qué se debe eso, qué hay detrás de esa cercanía que muestra Portillo?

Es una pregunta muy interesante. Hoy tuve un desayuno y hablamos de ese tema. Yo no me acuerdo del personaje de la historia política de América Latina, no sé si fue Fidel Castro o fue el Che  -que lo leí mucho en mi juventud-  quien dijo que el que se quiera meter a política, lo primero que debe tener como base es querer a la gente. Si tú no quieres a la gente, si tú no amas a la población, si tú no ves a cualquier ciudadano de igual a igual, si tienes complejo de superioridad, si eres racista, si eres clasista y desprecias a la gente metete a ser empresario, pero no político. El político tiene que amar a su gente, esa es la gran falla de muchos políticos actuales, que no se explican cómo después de todo lo que viví, de todos los ataques como Presidente, de toda la persecución, de los cinco años en prisión, yo no puedo pararme en una esquina porque es un gentío impresionante que se junta para tomarse fotos, para saludarme, para manifestarme su simpatía. Eso es algo insólito y que ni yo mismo pensé que iba a vivir, pero yo desde niño siempre tuve relación con todos, no tuve diferencias, yo crecí con el sentimiento de la igualdad dado por mis abuelos y por mi mamá. A mi casa llegaban los campesinos y los comerciantes de los pueblos cercanos de Zacapa, que llegaban a vender en el mercado los domingos, para no regresarse de noche con sus bestias se quedaban y dormían en los corredores de mi casa y yo tomaba café con los hijos de ellos y con ellos mismos. Cuando yo fui Presidente, pocas veces estuve en mi despacho, recorrí el país de punta a punta, por eso decían Portillo sigue en campaña, ese era uno de los ataques. Hay que disfrutar el hablar con la gente, el conversar con el pueblo, el conocer sus sentimientos, lo que están pensando, lo que están necesitando y yo creo que eso es lo que me ha mantenido con popularidad en el pueblo de Guatemala. Lo digo con humildad, porque es horrible estar diciendo que yo soy muy popular, pero es una realidad y hoy todo mundo lo reconoce, hasta mis enemigos. Como te digo, voy a cualquier pueblo de Oriente, Occidente, Norte o Sur y es igual. Ayer yo estaba en Zacapa y recibí un mensaje de un muchacho que llegó al hospital de Quetzaltenango y me contó que le tocó sentarse a la par de unos campesinos y se le olvidó su accidente porque los campesinos hablaron maravillas de mí. Eso es algo maravilloso, pero hay que sentirlo, tiene que salir del corazón. Hoy la gran debilidad que tienen la mayoría de políticos en Guatemala es que quieren ser importantes y no quieren servir. Churchill decía esa frase: “Lo que pasa es que no queremos servir, queremos ser importantes”.

¿Qué es lo que no le gusta de su persona?

Todavía grito mucho y no me gusta cómo se oyen mis gritos en las grabaciones. No me gusta que soy muy confiado, no me gusta que soy desordenado, ando de arriba para abajo con libros y a veces se me pierden. También me gustaría ser más disciplinado, me hubiera gustado estar en el Hall, para aprender disciplina militar.

Así piensa Alfonso Portillo

¿Cómo vivió Portillo la noticia del suicidio de su ex esposa María Eugenia Padua, madre de su hija Otilia?

No me gusta recordar ese momento, fue durísimo. Yo tenía 5 meses de haber sido detenido y me llegó la noticia y me dolió mucho y voy a decir algo y que quede para la historia de tu entrevista, me dolió más que hayan orillado a mi ex esposa a suicidarse con mentiras. Mentiras dichas por la prensa, como Prensa Libre, que todos los días sacaban en titulares que iban por ella también, noticia  falsa, ella no tenía ninguna responsabilidad de lo que yo hice. Eso la desesperó, por el manipuleo que hubo, por el acoso del que fue víctima, por eso yo jamás le doy una entrevista a Prensa Libre, no quiero saber nada de ellos, porque por cosas falsas orillaron a suicidarse a MarÍa Eugenia. Es un dolor que ojalá con el tiempo lo supere, mi hija fue golpeada tremendamente por eso y es algo que no me gusta recordar, prefiero mantenerlo un poco escondido.

Entonces, ¿cómo ve usted la muerte?

Otra cosa que aprendí fue que el Alfonso Portillo, antes de entrar a la cárcel, pensaba mucho en la muerte. Hoy me gusta hablar sobre la muerte y leer sobre la misma. Leí un libro que se llama El libro tibetano de la vida y la muerte… ¡qué concepción de la muerte tienen los budistas! Lo comparto plenamente, la muerte es una parte de la extensión de la vida y no hay que tenerle miedo, si me muero mañana muero contento con lo que hice. Claro, quisiera hacer más cosas y quizás haga el último intento antes de cumplir 70 años para poder presentarle un proyecto viable al país, ojalá se pueda, si no se puede me voy a dedicar a dar clases y a escribir. Ahorita estoy tratando de armar un proyecto, espero concluirlo. Pero la muerte no me preocupa en lo absoluto.

Le pido que me cuente cómo fue y con quién el noviazgo que más disfrutó.

Yo creo que todos los noviazgos se disfrutan, claro que depende de las épocas. El noviazgo que uno tiene aunque solo se toquen los codos con la compañera es una sensación maravillosa. Recuerdo que una vez, venía yo de una excursión de Río Dulce, después de Año Nuevo y me gustaba mucho una patoja pero nunca le dije nada. Nos venimos sentados a la par con los codos pegados y es una sensación muy bonita. Los noviazgos de la adolescencia son maravillosos porque a uno hasta se le va el apetito cuando se recuerda de la novia. Todos mis noviazgos los disfruté, los que tuve en Zacapa,; en Chilpancingo solo tuve un noviazgo que fue mi primera esposa María Eugenia. Tuve novia con más de 40 años, cuando me casé por segunda vez. Es otra forma de disfrutarlo pero toda relación humana en la que hay amor, sentimiento, en la que hay deseo de compartir futuro se disfruta con mucha alegría. Como la amistad que es otra clase de amor.

¿Es usted religioso o supersticioso?

No. No me caen bien los religiosos, hay una gran hipocresía en la religión y hoy que se ha mercantilizado tanto la religión, menos creo en los religiosos. Me molesta que alguien me diga “primero Dios” o “Dios te bendiga” porque es una religiosidad equivocada. Creo en Dios, tengo una concepción de Dios diferente a la de todo el mundo, creo que hay un arquitecto del universo que no sé cómo explicarlo y que a veces no lo entendemos, pero no soy un hombre religioso ni supersticioso.

¿Ha tenido algún acercamiento con Jimmy Morales?

Con el Presidente Morales nos une una amistad, tengo un buen recuerdo de él porque me fue a ver a la cárcel cuando yo estaba en Mariscal Zavala y al principio de su gobierno comenzamos a tener un acercamiento, aquí en esta casa y en la de otros amigos. Cuando él me pregunta qué consejo le podía dar yo le dije ninguno, no te puedo dar ningún consejo. Cada presidencia es distinta, las circunstancias son distintas, el país es distinto, las relaciones internacionales y el contexto internacional es distinto. Lo que sí hice fue contarle anécdotas que tengo con respecto al poder, cuando hablaba con el sector privado, con la cúpula empresarial, cuando debatimos el tema fiscal, el tema financiero. Le conté anécdotas que creo que fueron más importantes que darle un consejo, dicen que los consejos solo sirven para pasárselos a alguien, nunca nadie los cumple. Entonces, tuvimos buena relación, se perdió a partir de Junio o Julio del año pasado. Tuvimos reuniones de trabajo con gente que trabajó conmigo en el Gobierno, reuniones de hasta cinco horas y lo noté muy preocupado por hacer cambios, ansioso por terminar siendo un buen presidente, ojalá que lo logre, pero ya perdimos la comunicación. Creo que es un hombre bueno y creo que a estas alturas ya no va a pegar un timonazo, debió haberlo pegado a los primeros seis meses, y se lo mandé a decir. A los seis meses yo mandé a cambiar la tercera parte del gabinete porque lo que no está funcionando hay que componerlo o cambiarlo.

Cuénteme sobre sus peculiares patillas blancas del cabello, ¿por qué las usa así?

Toda la vida me han preguntado eso. Es una cosa familiar, si ves fotos de mis tíos, de algunos primos, acabo de ver una foto de mi papá cuando tenía 55 años que está solo canoso de las sienes, es hereditario. Mucha gente creyó que yo me las pintaba, como cuando vine de Denver de estar preso y la primera pregunta es “¿Y dónde se pintó las canas?” y le digo yo: vengo de la cárcel ¿crees que hay salón de belleza ahí para haberlo hecho? Ya la barba la tengo toda blanca, a los 65 años ya me están saliendo canas pero en las sienes siempre he tenido. Y me lo siguen preguntando, una vez que yo fui a una revista habían hecho una apuesta a que yo me las pintaba y les dije no, sería ridículo, si no me he hecho otras cosas menos me voy a andar pintando el pelo.

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En un artículo de la revista Contrapoder, Eduardo Castillo, un experto en marketing político dice que en su discurso usted utiliza mucho el dedo índice, que según él, es “el dedo del yo”.  ¿Cómo maneja Portillo la fama y el ego?

Yo me acuerdo de algo que leí de Eduardo Castillo porque es un hombre inteligente e hizo un análisis de mi lenguaje corporal. Muchos usamos el dedo, yo que fui maestro universitario lo uso. Uno siempre tiene un tic o una forma de expresarse. Por ejemplo, cuando yo me emociono dando clases hablo muy fuerte. El ego lo tenemos todos, y una de las luchas de todo ser humano es disminuir, golpear y apachar ese ego. El ego del yo, de que yo soy el más importante, el más inteligente, el que dice las cosas de último pero mejor. Eso hay que superarlo porque nos ha hecho mucho daño en Guatemala. Yo creo que, como todo ser humano, sigo teniendo ego pero no un ego tan aplastado y tan exacerbado como lo tenía antes de ser presidente, que yo veía la simpatía y me creía el papá de Tarzán. Lo del dedo no es señal de ego, sino un ademán y una costumbre que yo tengo cuando hablo. Hoy le hablo a la gente con humildad, cuando doy mis clases reconozco mis errores, empiezo hablando de ellos y termino hablando de mis aciertos porque yo creo que el país no está para grandes salvadores, ni para iluminados ni para hombres mesiánicos ni mesiánicas. El país está para que participen todos los ciudadanos, para que la clase política ayude a formar ciudadanos bien educados. Un ciudadano no es el que tiene la ciudadanía porque ya cumplió 18 años sino el que tiene conciencia de su país, identidad, se compromete, le preocupa la cosa pública, la vigila y participa cuando puede. Hoy no tenemos ciudadanía, tenemos masas, que no participan conscientemente ni reconocen el papel histórico que debe desarrollar una verdadera ciudadanía en el país.

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Expresidente, ¿cree usted que el que la hace la paga?

Por lo menos, en estos momentos, parece que estamos viviendo una época en que los que la hemos hecho la hemos tenido que pagar. Hay una gran preocupación de los grupos de poder por el papel de la Embajada de Estados Unidos, que no es en sí el problema, sino la política exterior norteamericana. Están preocupados por Iván Velásquez, por doña Thelma Aldana, porque han caído casos que nunca se imaginaban. Yo quiero que esto avance, yo quiero que así como empezaron conmigo, que sigan con toda la clase política. Ahora ya encontraron que en la clase política hay muchos peores que yo. En el sector privado igual, hasta el discurso de que los políticos se roban los impuestos se quedó sin contenido porque ellos defraudan al estado fingiendo exportaciones. Que vayan con los demás sectores, que vayan con el sector azucarero, que vayan con el sector pollero, con el cementero, todos tienen historia de defraudación fiscal. Este país tiene que cambiar, lamentablemente, no estamos cambiando por una dinámica interna nuestra sino por una externa, pero al fin cambió. Esta etapa que está viviendo Guatemala era necesaria. Se nos fue la mano a todos, políticos, empresarios, militares, funcionarios, intelectuales, líderes sindicales. Ni el deporte se salvó de la corrupción en el país, ni las iglesias, así estamos de corrompidos. La intervención es producto de que estamos corrompidos todos.

Usted siempre muestra que está bien ante los medios ¿Cómo le hace para mantenerse así después de tanto desencanto en los últimos años?

Uno debe hablar con la verdad, aunque la verdad lo perjudique a uno. Ser sincero en la entrevista, esto significa que cuando le hagan una pregunta de algún tema que no conoce decir mire no tengo respuesta porque no estoy muy enterado. El otro día me preguntaron ¿hubo genocidio en Guatemala? Y contesté que no tengo los elementos ni históricos, ni sociológicos, ni políticos para asegurar que hubo genocidio. Muchos lo aseguran, pero yo necesito prepararme más y leer más sobre si hubo o no genocidio, si hubo una política deliberada de extinguir y exterminar. Ahorita estoy escribiendo un ensayo sobre la nueva política en Guatemala y estoy reproduciendo párrafos de un libro que se llama El Café: la historia de la semilla que cambió el mundo y estoy trasladando un párrafo que habla del presidente Gálvez y uno del presidente Barrios, exterminio de los indígenas para quedarse con sus tierras, esa es la historia de Guatemala. Entonces cuando yo estoy hablando sé que estoy hablando con la verdad, no con la verdad absoluta porque esa nadie la tiene sino lo que yo considero que es la verdad. Yo no trato de fingir, el problema de los políticos es que tratan de fingir, tratan de demostrar que son muy buena gente, que son muy condescendientes, que son muy simpáticos, que quieren quedar bien con el periodista pero hay que ser uno mismo. Cuando hablo con mis alumnos, cuando doy conferencias, discursos en una tarima, y cuando doy entrevistas sigo siendo el mismo Alfonso Portillo, nada extraordinario.

Todos los que seguimos su trayectoria en algún momento nos hemos preguntado si veremos a Alfonso Portillo nuevamente como funcionario público. Pero lo importante es si usted se ve en algún cargo del Gobierno en un futuro.

No. De hecho, cuando estamos en las negociaciones políticas con algunas personas les digo que no me lanzaría a diputado y a alcalde menos, porque creo que el país necesita una renovación y si yo soy candidato no hay renovación. Yo soy la vieja clase política, Zury es la vieja clase política, Giammattei es la vieja clase política,  Sandra es la vieja clase política. Pero no han entendido que ya pasó la historia para nosotros ¿qué es lo que tenemos que hacer? Ayudar a la nueva generación de políticos que necesita urgentemente el país y si no mire el ejemplo desastroso que tenemos en el Congreso de la República, no hay liderazgo, no hay discurso, no hay debate, no hay nada. Un congreso hueco y vacío. Antes de morirme, ¿sabes qué me gustaría? Ser ministro de economía. Para impulsar un verdadero sistema abierto de economía en este país sin monopolios, sin proteccionismo, sin privilegios, encabezando con agricultura un proyecto para la soberanía alimentaria del país, eso me encantaría.

Que fue parte de los mejores aciertos de su Gobierno…

Indiscutiblemente, el mejor ministro que yo tuve se llamaba Eduardo Weymann. Lo enterramos hace dos meses, lo mataron, aunque se diga que murió de un derrame, lo mataron. El mejor ministro de economía durante un año, abrió la economía y el mejor ministro de finanzas hizo la reforma financiera y la reforma fiscal. Como me gustaría más Eduardos Weymann hoy, ese es el perfil que se necesita. Por cierto, esta entrevista se la dedico a Eduardo Weymann. De paso que me hubiera gustado que lo conocieras, que lo hubieras escuchado, que hubieras visto aquella formación académica y técnica, aquella integridad, aquel amor por su pueblo. Yo quiero que con ese perfil tuviéramos más hombres y mujeres jóvenes participando en política, ese es mi sueño. Me gustaría ir a sentarme al palco del Congreso y ver debates para la modernización de este país, debates como en el tiempo de la Revolución Francesa. Debatiendo la constitución, la economía, el ejercicio del poder, debatiendo cómo disminuimos la desigualdad. Con eso me siento feliz y más que satisfecho, quiero ver jóvenes que se la jueguen por el país. Con eso estaría más que agradecido con Dios, con la historia y con lo que me ha tocado vivir.

Guatemala, mayo 2017

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Fotografías: Esteban Castillo

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