La impotencia es la fiel compañera de doña Benancia

Por Esteban Castillo

Era un martes de noviembre y el cielo de esa mañana estaba despejado, como dando la pista de que iba a ser un bonito día. Me dirigí, junto con mi primo Jean Carlo, hacia el barrio Gerona, en la zona 1 de la ciudad. Puedo decir que he estado antes ahí, pero no conozco todos los lugares del barrio o al menos no los conocía hasta ese día en el que me reuní con doña Benancia, quien conoce esos lares como la palma de su mano.

Transcurrían las 8 de la mañana y me adentré en las calles del barrio con las direcciones que me habían dado para encontrar la casa de la señora. Frente al portón negro, gastado, oxidado y manchado, di unos toques a la puerta y luego de unos segundos salió doña Benancia, quien estaba a punto de darme una lección de vida. Ella es morena y pequeña, no mide más de 1.50, su cabello está descuidado, se aproximan algunas canas y siempre usa una cola de caballo. Las arrugas de su rostro denotan los 75 años que carga encima, y tiene la habilidad de perpetuar su sonrisa.

—Pasen adelante, aquí vivo yo— dice Benancia.

Cuando entramos a la casa, un niño y una niña nos recibieron. Andaban por todos lados y me mostraban todos sus juguetes rotos con los que tanto disfrutaban. El lugar era oscuro, en la entrada solo hay un sillón viejo en un pequeño patio.

—Disculpen, son los hijos de doña Esperanza, la otra familia que vive aquí.

—Entonces no solo usted vive aquí…

—No. Yo solo vivo en este cuartito mire.

Corrí una cortina para entrar a ese cuarto y mi sorpresa fue enorme. Era un lugar de 1.70mts. por 2.30mts. ¡Muy pequeño! Estaba muy desordenado rodeado de piñatas colgadas a la pared, había juguetes por todos lados y como en un campo minado fui avanzando con cuidado. Adentro había una cama y una colchoneta, ninguna tenía sábanas. Una televisión con caricaturas, una ventana de madera frente a la cama, las paredes están dañadas por la humedad y el calor que se siente en ese cuarto es intenso, rápidamente comencé a sudar. Me pegaba un olor extraño, como a algo sucio, viejo o guardado por mucho tiempo, solo podía disimular todas mis incomodidades.

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—Le presento a mi hija, Esmeralda— me dijo.

—Mucho gusto, ¿cómo estás?

Esmeralda me respondió tarde y extrañamente. Doña Benancia me contó que es su primera hija (hoy tiene 50 años) y nació con cierta parálisis cerebral, por lo que no puede moverse del todo ni hablar correctamente siempre.

—Ella nació en mi casa. Al tiempo no se movía y en aquel entonces yo trabajaba de vender vísceras, no era tan pobre. Pude llevarla a un doctor y me dijo que ya no tenía ninguna solución­— cuenta.

Doña Benancia comenzó a derramar la primera lágrima de varias que le vería en el día.

—Mi hija necesita medicinas, ropa, zapatos, comida. Y hay veces que no puedo darle ninguna de esas. ¿Con qué lo compro? Ya ve cómo vivimos.

La señora me pidió un permiso para ir a traer el desayuno de su hija. —Debo reconocer que estaba intrigado por saber qué comería— Mientras ella salió del cuarto, me senté en la cama a platicar con Esmeralda y con la nuera de doña Benancia que también estaba ahí con su hijita de 2 años. La nuera estaba cortando papel de china. Iniciamos una breve conversación.

—¿Son suyas las piñatas?

—Son de mi esposo, de esto trabaja él y yo lo ayudo. Hago una como en 15 minutos.

En eso apareció doña Benancia con una taza pequeña de café y un pan dulce. Ese era el desayuno de su hija. Según me dijo, ella ya había desayunado, pero lo dudo mucho.

—Aunque sea panito con café. Me regalaron esa estufa pequeña mire, pero no tengo el dinero para pagar un cilindro de gas; cuesta Q130.

Los datos del INE señalan que la actual canasta básica tiene un costo de Q4 mil 211.77, algo a lo que doña Benancia no podrá optar.

—¿Hace cuánto que viven aquí­?

­—Hace dos años. Aquí pagamos Q400 de renta, en realidad el cuarto lo dan en Q700, pero el dueño sabe que soy muy pobre y que no tengo trabajo, entonces me lo da más barato. Pero el cuarto de enfrente lo dan en Q1,500.

En paralelo se formó en mi mente la imagen de mi cuarto, del cual a veces me he quejado de que es muy pequeño. Y esta señora, pagando Q400 mensuales por vivir quizá en una 3ra. parte del tamaño del mío. Cuatrocientos que ella utiliza para vivir y yo gasto un poco menos para ir a un gimnasio. Los contrastes comenzaban a pegarme duro.

El calor cada vez se encerraba más, éramos 6 personas en un cuarto demasiado pequeño con techo de lámina y madera. Así, en ese ambiente doña Benancia me seguía contando un poco de su historia. Dice que a ella le gusta trabajar, pero su vida cambió desde que su esposo murió de cáncer. Luego de eso comenzó el calvario para ella, puesto que perdió su trabajo y la sacaron de la casa donde solía vivir, también en zona 1. Me cuenta que su esposo era hojalatero y ella lo ayudaba a trabajar (comienza a llorar de nuevo), lo recuerda con mucho cariño, pues fue el único hombre de su vida, con el que se juntó cuando tenía solamente 15 años. Después de su muerte, doña Benancia se convirtió en viuda y desempleada de por vida.

Víctor Estrada, licenciado en economía y máster en finanzas, opina que la productividad del individuo tiende a reducirse significativamente alrededor de los 50 años. Esto debido a que durante el ciclo de vida se van deteriorando las habilidades cognitivas, la velocidad de aprendizaje, la capacidad de recordar y la adaptación a nuevas maneras de trabajo.

—¿Cómo le hace para conseguir los Q400 de renta si no trabaja?

—Tengo que ver cómo me gano el dinero. Yo no tengo un trabajo pero salgo todos los días a tocar las puertas de aquí del barrio y a veces les hago mandados, o les lavo la ropa, les plancho. Lo que sea y así voy juntando. La gente ya me conoce y a veces me regalan cositas, como la televisión o la estufa.

Doña Benancia cree que nadie le da un trabajo fijo porque ya está en la tercera edad, porque solo estudió hasta 1ro. Primaria y por su dentadura picada.

Según datos del Ministerio de Educación, solamente tienen cobertura primaria el 50% de la población infantil. Además agregan que solo 4 de cada 10 niños logran terminarla.

—¿Por qué por su dentadura?

—Cuando voy a pedir trabajo siempre se me quedan viendo. No me veo presentable para trabajar, me dicen.

Ana Lucía Ochoa, ejecutiva de Manpower Group Guatemala, indica que en el plano laboral se dan casos de exclusión, ya que muchos empleadores consideran que los adultos mayores no son aptos para cumplir con eficiencia sus atribuciones, sin tomar en cuenta que la experiencia adquirida tiene más valor. Además, la posibilidad de que una persona de esta edad encuentre un nuevo trabajo es escasa, asegura.

A todo eso eran casi las 10 de la mañana y con mi primo nos ofrecimos a acompañarla en su travesía para conseguir algo de dinero. Antes de salir de la casa donde viven estas dos familias, doña Benancia me mostró la silla de ruedas de su hija. Las dos ruedas delanteras están rotas, para avanzar la debe jalar hacia atrás un poco y así saca algunos días a su hija, especialmente los días domingo porque este día no hace mandados, se lo dedica a Esmeralda. La precariedad era el común denominador de todo ese lugar.

La Constitución de la República, en el artículo 51, establece la protección a los menores y ancianos. “Les garantizará su derecho a la alimentación, salud, educación y seguridad y previsión social”, dice. Pero parece que doña Benancia no goza de nada de esto que menciona el derecho.

Salimos de la casa y comenzamos a caminar, el sol pegaba muy fuerte y ella nos guiaba en la ruta que íbamos a emprender. No sabía que el barrio era tan grande, pero Benancia nos llevaba de callejón en callejón.

“Hago ejercicio” me decía dentro de mí, son calles asfaltadas y no pensaba que me cansaría, pero caminar con una mochila de problemas y angustias encima cansa mucho más de lo pensado.

—Usted ya se conoce bien las direcciones de aquí.

—Yo no sé leer, lo poco que me enseñaron en la escuela se me olvidó. Pero sí se los números y así me guío.

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Después de unas 4 cuadras llegamos a la primera casa. Ahora doña Benancia intenta tocar en casas donde la conocen. Después de varios golpes en la puerta nadie abrió. Comencé a sentir la decepción de una puerta cerrada, de un llamado ignorado. Decidimos seguir adelante. Mientras íbamos caminando sobre el caliente pavimento de Gerona, pasamos frente a una carreta de pollo y papas fritas.

—Usualmente esas papas son las que almuerzo, me cuestan Q3 y hasta le dan a uno salsa­— contó.

Jamás he probado esas papas, ella me lo dijo a mí, que si me da antojo de papas fritas voy a un McDonald`s a que me las vendan 5 veces más caras de lo que ella las compra. Pero ella es feliz con esas papas viejas y duras, tan duras como las desigualdades de la vida.

Seguimos caminando y nos llevó por algunos atajos, en especial por uno con muchas piedras disparejas muy cerca del Ministerio Público y yo intentaba no caerme. Ella me dijo que no le molestaban las piedras, porque anduvo descalza mucho tiempo de su vida, hasta hace poco que comenzó a usar zapatos. Actualmente solo tiene dos pares.

Benancia nació en el municipio de San José Pinula. Cuenta que se crió en las vecindades de su barrio porque su madre la dejó con su abuela (quien ya falleció)  cuando ella era muy pequeña. Nunca tuvo todo lo que deseó, pero en aquel entonces no estaba envuelta en el grado de pobreza en el que vive ahora.

Llegamos a una segunda casa y automáticamente se produjo un deja vú. Nadie atendió la puerta. Nuevamente expresamos los tres una cara larga pero quedaba la esperanza de que todavía quedaban muchas puertas por tocar. Así que seguimos adelante. Algunas cuadras después nos abrió la puerta una señora, mi primo y yo sentimos un alivio interno por pensar que nuestra suerte comenzaba a cambiar. Esta señora mandó a doña Benancia al mercado del barrio, a comprar algunas frutas y verduras.

Nos fuimos al mercado y doña Benancia conocía el precio de todos los productos. Ahí me enteré de lo que debía gastar si quisiera comprar pollo, carne, ollas, vestidos, juguetes, etc. Debo mencionar que yo me puse en la misma situación de ella, mi billetera no tenía un solo centavo y el hecho de ir escuchando los precios de todo sin poder comprarlo era frustrante.

—A mí me gustaría poner un mi puesto aquí en el mercado. Para vender ropa o comida. Pero para eso hay que tener dinero para pagar el puesto. Yo sueño con tener un trabajo que me dé el mismo dinero cada mes.

Conseguimos lo que queríamos y cargamos las bolsas de regreso hacia la casa. Cuando llegamos la señora nos agradeció y le dio a doña Benancia un billete de Q10. Sinceramente me cansé cargando la fruta y caminando de regreso, esperaba al menos Q15 de pago.

—¿Siempre le pagan así?

—A veces más a veces menos. Yo soy feliz con lo que me den porque es algo que no tenía.

Esta señora me estaba dando una cátedra de cómo valorar las cosas pequeñas y ser feliz con ellas. Cosa que a veces se nos olvida a todos.

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—¿Cuánto es lo más que ha juntado en un día?

—Mmm… lo más que he tenido son Q50. De eso guardo un poco para juntar la renta y lo demás para comer.

Si a doña Benancia le va bien en su día y consigue esos Q50, (que no siempre es así),  al mes estaría ganando Q1,500. Es una cantidad menor al salario mínimo para los guatemaltecos que es de Q2 mil 747. 21

El sol en el centro sobre mi cabeza, quemando todo debajo de él, me anunciaba que habíamos llegado al medio día. Mi boca estaba seca, yo sudaba y mis piernas comenzaban a pesarme. Pero doña Benancia está acostumbrada a esto, sus motores apenas estaban calentando, se veía entera.

Llegamos a otra casa y nos abrió una señora muy amable, Lidia es su nombre. Ella cuenta que conoció a doña Benancia hace unos 20 años, en la misma condición, pidiendo dinero o “trabajitos”. Tenía una ropa sucia para lavar y aprovechamos la oportunidad. Entramos hasta el fondo de la casa y nos dieron el balde de ropa junto a la pila. Yo no tenía idea de cómo lavar a mano, aquí escribe alguien que, para bien o para mal, está acostumbrado a tener lavadora desde siempre.

—¿Cómo es que le hace?

—Así mire. Es cuestión de práctica.

Ella y yo lavábamos y mi primo Jean Carlo ayudaba a tender la ropa. Mientras lavábamos la ropa de alguien más, me contaba que en la casa donde vive debe jalar agua en la mañana, hacer fila porque llega otra familia más a conseguir el recurso. Después de las 7 am. ya no llega el agua.  Tienen muchos tambos llenos para bañarnos, echar agua en el inodoro, tomar agua o hacer café.

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Según el IGSS, el 16 por ciento de los adultos mayores cuentan con cobertura social. Aun así, muchos de ellos viven en situación de pobreza y son los menos favorecidos de la sociedad. Benancia no entra si quiera en ese 16 por ciento pero sí entre los pobres desfavorecidos.

Terminamos de lavar y conseguimos Q20 más.

Salimos y doña Benancia nos dijo que la acompañáramos a una casa donde le habían prometido que le iban a dar una bolsa de ropa. Esa casa estaba como a 10 cuadras de donde nos encontrábamos. Mientras caminábamos pasamos por una casa antigua color café.

—Esta es mi casa soñada mire, la están vendiendo. Es bien grande y tiene una fuente en el centro, pero es muy cara.

—¿Cuánto cuesta?

—1 millón. Ni cuando trabajaba estuve cerca de tener ese dinero.

De acuerdo con información del Fondo Guatemalteco de la Vivienda del Ministerio de Comunicaciones, el déficit de vivienda llega a un 1.6 millones. Y los datos de UNIMER Centroamérica, investigadora de mercados y opinión pública, indican que en Guatemala el 63 por ciento de las personas tienen una casa propia, ya pagada.

Mientras andábamos, doña Benancia saludaba a varias personas y a la mayoría le decía: “¡Ahí paso!” esa frase, que intentaba amarrar un favor o trabajito para más tarde se me grabó en la cabeza fuertemente. La había escuchado de su voz tantas veces que hasta yo, si me conocieran, la diría sin cesar.

—¿Tiene más hijos aparte de Esmeralda?

—Tengo dos mujeres y un varón más. Ellos viven bien.

—¿No la ayudan?

—No… ellos ya tienen su familia, su casa. Sus esposos tienen que mantener a sus hijos como para recordarse de esta vieja.

El decreto 85-2005 de la Constitución, conocido como, Ley del Programa de Aporte Económico del Adulto Mayor, establece el aporte económico de Q400 mensuales para adultos en extrema pobreza sin cobertura social. En esta normativa se indica que se puede optar a ese beneficio a partir de los 65 años de edad.

Esto realmente es muy difícil que lo den. Casi nadie lo tiene. Alba Cristales,  coordinadora de trabajadoras sociales de dicho programa, dijo recientemente que actualmente no cuentan con suficiente personal para visitar a todos los adultos mayores que requieren el servicio y que es un proceso largo. Además mencionó que tienen órdenes de despacho para darle prioridad a los lugares de extrema pobreza de Huehuetenango y Quiche. Orden que descalifica totalmente a doña Benancia.

—Una vez fui a eso de la tercera edad, a ver si me daban mis Q400. Imagínese con eso ya pago mi cuartito.

—¿Y qué le dijeron?

—Que tenía que esperar 5 años. En ese tiempo ya me habré muerto.

Llegamos a la casa, estábamos cansados ya. Mi estómago comenzaba a doler, el hambre se hizo presente pero me callé por un tiempo. Al tocar la puerta tampoco abrieron. Sinceramente me enojé y me volví a frustrar. ¿Dónde podían estar las amas de casa de un barrio un martes después de medio día? O pensaba que miraban desde adentro quién era y no querían atenderla.

—Bueno, vengo otro día— dijo Benancia.

—¿La ropa era para usarla usted?

—No sé. A veces la gente me da ropa que ya no usa y yo la reviso. Si hay algo para mí lo agarro o para la nena, pero si no la voy a ofrecer a una señora ahí por la línea que tiene una paca y ella me la compra.

—¿En cuánto vende cada prenda?

—A quetzal normalmente.

En ese momento comencé a hacer un recuento rápido de toda la ropa que tengo y que no uso desde hace mucho. La pasividad y el acomodamiento que puede dar un capitalismo son escalofriantes.

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No sé si era yo, pero le vi cara de hambre también a mi primo. Le pregunté a doña Benancia si iba a almorzar algo, pues ya era hora de comer. Bajó la mirada y me dijo que no iba a almorzar este día. Yo pensé que teníamos Q30 quetzales con lo que podíamos comer algo sencillo los 3 y calmar este ruido de tripas que me andaba cargando.

—Yo tengo que pensar mis prioridades. Ahorita debo Q100 de renta, el mes pasado no lo junté todo. Para alguien pobre y sin trabajo estar endeudado es lo peor viera. Entonces no voy a comer hoy para guardar ese dinerito que junté.

—¿Cuántos tiempos de comida hace al día?

—A veces dos, a veces uno. Pero si quieren coman ustedes, por mí no se preocupen.

—No… nosotros tampoco tenemos dinero.

Yo estoy acostumbrado a hacer mis tres tiempos de comida y dos refacciones. A elegir qué comer y cuándo, pero el ejemplo de Benancia me impactó fuerte. La empatía que formé hacia ella me hizo imaginar si solo pudiera comer una vez al día, algo pequeño. Traté de disimular la congoja que ese pensamiento causó dentro de mí.

Con todo lo que habíamos caminado yo había notado varias cafeterías pequeñas y me entró una idea, quizás ingenua, para ayudar a doña Benancia. Pensé en ir a pedir que le dieran un trabajo en alguna de esas cafeterías, ella podía hacer muchas cosas. A pesar de sus 75 años, sus caminatas diarias la tienen muy activa. Le propuse la idea y no le pareció del todo bien, pero logré que aceptara intentarlo una vez. Caminamos más cuadras de regreso hacia una de estas cafeterías y al entrar pedí hablar con el encargado. Salió don Tencho, no sé si era el dueño pero le planteé mi idea con mucha educación.

—Mmm… fíjate que ahorita no necesitamos más trabajadores— dijo el señor.

—Pero ella puede hacer lo que sea y necesita su ayuda.

—Mirá patojo te voy a ser muy sincero, ella ya está muy grande hombre. Si te das cuenta aquí solo trabaja gente más joven, son más chispudos.

En ese instante le vi la cara de decepción a doña Benancia y mi molestia aumentó. No quise discutir más para no hacer el momento más incómodo de lo que ya era, pero pude sentir la impotencia de esta señora que ya había escuchado muchas excusas muy similares en su vida. Ni siquiera le dan la oportunidad de probar su manera de trabajar.

Luis Linares, de la Asociación de Investigación en Estudios Sociales, comenta: “Los adultos mayores no tienen posibilidades de insertarse en un empleo formal. Las empresas requieren jóvenes con conocimientos actualizados y  menores expectativas de salarios, y esto hace más difícil que las personas mayores logren encontrar empleos que satisfagan sus necesidades”.

Las estadísticas del INE confirman que el 84.5 por ciento de los adultos mayores que trabajan, se ubican en el sector informal. Y a pesar de que este tipo de trabajo conlleva muchas dificultades, es la única opción disponible para estas personas.

Seguimos caminando por el barrio. Entre mi decepción de que el día se nos iba y solo habíamos juntado Q30, le pregunté a doña Benancia qué hace ella si le toca un día como ese, donde se topa con muchas puertas cerradas y nadie parece ayudarla.

—A mí me da mucha pena contarle esto joven, pero cuando mi día va así de mal ha habido veces que regreso a mi cuartito y subo a mi hija a su silla de ruedas. Entonces la saco para que la gente la mire, ella piensa que a pasear pero si la gente se da cuenta de ella a veces me ayudan más.

Me sonó algo un tanto cruel, cualquiera diría que está usando a su hija enferma para conseguir dinero. Sin embargo, la situación de esta mujer la empuja a diferentes decisiones que no son las que quiere sino las que debe hacer. A Benancia le toca lidiar diariamente con una impotencia cruel que la maneja cual títere.

En una de las cuadras que pasamos había un puesto de pollo frito y doña Benancia se le quedó viendo bastante tiempo. Pregunté si le gustaba mucho el pollo y me contó que sí, muy entusiasta me dijo que solo lo come para su cumpleaños, que es en mayo, porque alguien siempre le regala una pieza de pollo, una libra de frijol y otra de azúcar. De igual manera para el cumpleaños de su hija en octubre.

—¿Usted tiene amigas?

—Aquí no muchas, tengo más en la zona 18 porque viví un tiempo allá. Ellas están igual que yo, pobres y sin trabajar, además ya somos grandes. Las que tienen esposo viven mejor porque él las saca adelante pero uno que está sola… creo que eso nos hizo amigas, que nos comprendíamos.

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Llegamos a tocar a otra casa, esta era distinta de las anteriores porque se veía de alguna familia con más dinero. Tenía timbre. Nos abrió una señora, dijo que ya estaba la “muchacha” ahí limpiando pero que entráramos a ayudarla. No pudimos hacer mucho más que barrer y trapear un par de cuartos. La señora de la casa (quien me pidió que no publicara su nombre), se puso a platicar conmigo y le conté un poco sobre esta crónica.

—Sí, aquí hay mucha gente pobre, ahí por la línea todas ellas viven mal también— comentó.

—Pero algunas de ellas son jóvenes, podrían buscar otro trabajo.

—Sí, en algo sencillo porque no estudiaron. Pero hasta para los que estudiamos es difícil encontrar algo si ya estamos grandes; triste mijo, pero es la realidad.

Según expertos, el porcentaje de población guatemalteca mayor de 60 años se duplicará para el año 2040, pasando de representar el 6.61 por ciento  del total de la población, a constituir aproximadamente el 14 por ciento  de la misma.  Y como no hay políticas públicas capaces de suplir todos los servicios de salud, protección social y recreación de la población mayor, ni espacios en el mercado laboral para su fuerza de trabajo, el presente de la población envejecida ya es de pobreza, abandono y enfermedad.

Entre la limpieza y la plática se nos fue bastante tiempo. Nos regalaron un vaso de licuado de papaya y fresas. Sentimos la gloria porque fue lo único que íbamos a tener en nuestros estómagos.

Al salir de ahí, doña Benancia nos dijo que íbamos a ir a una última casa porque ya estaba cansada. No sé si fue porque sabíamos que sería la última pero sentimos el camino larguísimo, unas 20 cuadras nos separaban del destino final. Doña Benancia tomó un palo de escoba roto que estaba tirado en el suelo.

—¿Para qué agarró el palo?

—Vamos a pasar por una calle donde hay 3 perros que siempre me quieren morder y con esto los ahuyento.

—¿Y le gustan los perros?

—Sí me gustan pero ya ve que no hay pisto para nada, menos para mantener un perro. Pero cuando trabaje junto para un mi perrito chiquito.

—Entonces sí tiene planes de trabajar…

—Sí joven, yo quiero cambiar de vida. Dios siempre tiene el control verdad y me va a dar mi trabajito algún día. Yo me voy a ir y mire en qué condiciones dejaría a mi hija.

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Llegamos a la casa que le dicen “la cuevita”, por su estructura en la entrada. Doña Benancia dio los típicos 3 golpes a la puerta y nuevamente nadie abrió. Ahí me comentó que su día terminaba, solo le quedaba ir hasta su casa de regreso y ver televisión con su hija. En total en el día juntamos Q50, aunque varias veces no nos abrieron, llegamos a lo más que ha juntado Benancia alguna vez. La acompañamos de regreso a su casa, en el camino nos contó que con ese dinero compraría un par de quetzales de tortillas para cenar y el resto lo guardará para la deuda de la renta.

—Pues esa es mi vida joven. ¿Cómo ve usted eso?

—Difícil, pero usted es un ejemplo. Hoy me enseñó muchas cosas— le dije.

Nos despedimos con un abrazo frente a su puerta, una que otra lágrima se coló entre miradas y entró nuevamente a su infierno.

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Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios

Por Esteban Castillo

Puede ser que los guatemaltecos estemos atravesando el momento más difícil como país. Es un hecho que muy pocas cosas funcionan, que vamos dando pasos hacia atrás y es normal que todos queramos protestar, opinar y lanzar nuestras consignas al aire para ver quién se atreve a apoyar lo que decimos. Pero me pregunto, ¿es conveniente que la iglesia intente emitir opinión o posturas respecto al panorama político del país?

Tal vez no nos demos cuenta, pero la injerencia de la iglesia, en general, muchas veces está inmiscuida en la agenda. Y esto me remonta a la época de la Edad Media, de la que podemos decir que la iglesia tuvo influencia en todos los órdenes de la vida y ningún sector de la sociedad estuvo ajeno a dichas influencias. Fue la única institución que logró ejercer su poder a lo largo de una Europa fragmentada políticamente. En Guatemala se ve reflejada, al día de hoy, la misma influencia que causa la iglesia. Aunque ya no tiene el poder que tuvo en la época medieval, sigue siendo un poder fáctico capaz de mover la opinión de sus masas seguidoras.

Tal es el caso del arzobispo metropolitano Óscar Julio Vian, quien a través de su gestión en el puesto ha querido abogar por purificar el Congreso y reformar el sistema político. Las insistentes declaraciones de Vian sobre los diputados, Jimmy Morales y el Gobierno, muestran una inconsistencia entre su mandato y su accionar. Las posturas del arzobispo no son erróneas, sin embargo, convendría más invertir todas sus energías en mantener bien a sus parroquias, a su gente creyente o incluso a usar ese liderazgo para agilizar el diálogo de los G4. Pero que utilice cada espacio que le dan los medios para hacer presión social hacia los políticos me parece que demerita su vocación, porque esta es la inclinación o interés que una persona siente en su interior para dedicarse a una determinada forma de vida o trabajo. Las acciones del arzobispo hacen pensar que se podría inclinar más hacia un puesto en el Congreso porque ¿los sistemas se reforman desde adentro no?

Por otro lado tenemos el ejemplo del famoso Te Deum que realiza la Fraternidad Cristiana de Guatemala, en el que invitan al presidente electo a una ceremonia y oran por el nuevo Gobierno; este acto viene desde la época de Berger. Sí creo que hay que pedir por nuestros mandatarios, a nadie le viene mal una oración y de paso ya no meten tanto la pata. Pero si creemos que Dios está en todos lados podemos orarle en nuestros momentos íntimos. Es muy innecesario realizar un gran evento para entrar a una iglesia por el morbo de ver qué dirá el nuevo presidente, quien por supuesto aprovecha los minutos de su discurso ante la multitud como si fuera su último mitin, pero más personalizado.

Con estas situaciones las personas pierden su criterio y adoptan lo que diga Vian, Jorge López o Cash Luna, dejamos de pensar. A veces, a los humanos nos gusta meternos donde no nos llaman. La iglesia tiene que reformar el corazón de sus creyentes, la política las leyes y rumbo del país donde vivimos; cada quien con lo que le tocó nacer. Y como dijo Jesús, “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.